Juventud, digitalización y activismo. Algunas reflexiones

Charo Sádaba

Juventud, digitalización y activismo. Algunas reflexiones

ICONO 14, Revista de comunicación y tecnologías emergentes, vol. 20, núm. 2, 2022

Asociación científica ICONO 14

Youth, digitalization and activism. Some reflections

Juventude, digitalização e ativismo. Algumas reflexões

Charo Sádaba *

Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra, España


Recibido: 31/mayo /2022

Publicado: 10/agosto /2022

Resumen: Aunque se ha presumido tradicionalmente una cierta actitud de oposición al mundo adulto y establecido por parte de los y las más jóvenes es cierto que algunas condiciones sociales actuales, además de la propia tecnología digital, lo hacen ahora más presente. El activismo en redes sociales se ha convertido en un cauce frecuente para que este grupo de edad presente sus demandas y descontento, y merece la pena reflexionar sobre las características que rodean a esta generación y también las particularidades del uso que hacen de la propia tecnología. Entre las primeras destaca el alargamiento de la dependencia del mundo adulto, que implica un potencial retraso en los procesos de madurez. Esto lleva consigo un descontento vital que encuentra en las redes un escenario perfecto para ser manifestado y para pelear contra lo establecido. Respecto a la tecnología, es evidente que esta satisface necesidades de la juventud a muchos niveles, lo que la convierte en casi esencial para su día a día en las sociedades más desarrolladas. Estas reflexiones plantean preguntas para ser afrontadas en el marco del estudio de la juventud y el activismo digital y que tienen que ver con el grado de desarrollo de su competencia digital, con su capacidad de luchar contra la desinformación que asola a las democracias, y también con el fondo más humano que plantea el uso multidimensional que hacen de la tecnología. Los y las jóvenes ocupan y viven en los espacios digitales, y esto implica afrontar de manera radical esta realidad, también desde la investigación.

Palabras clave: juventud; digitalización; activismo; competencia digital; comunicación móvil; desinformación.

Abstract: Although a certain attitude of opposition to the adult and established world has traditionally been presumed by the youngest, it is true that some current social conditions, in addition to digital technology itself, make it more present now. Activism in and through social networks has become a frequent channel for this age group to present their demands and discontent, and it is worth reflecting on the characteristics that surround this generation and also the particularities of the use they make of technology itself. Among the former, the lengthening of dependence on the adult world stands out, which implies a potential delay in the processes of maturity. This brings with it a vital discontent that finds in the networks a perfect setting to be manifested and to fight against the establishment. Regarding technology, it is clear that it satisfies the needs of young people at many levels, which makes it almost essential for their daily lives, at least in the developed societies. These reflections raise questions to be addressed within the framework of the study of young people and digital activism and that have to do with the degree of development of their digital competence, with their ability to fight against disinformation and its devastating effects on democracies, and also with the most human roots that raises the multidimensional use they make of technology. Young people occupy and live in digital spaces, and this implies radically confronting this reality, also from research.

Keywords: youth; digitalization; activism; digital competence; mobile communication; disinformation.

Resumo: Embora uma certa atitude de oposição ao mundo adulto e estabelecido tenha sido tradicionalmente presumida pelos mais jovens, é verdade que algumas condições sociais atuais, além da própria tecnologia digital, a tornam mais presente agora. O ativismo nas redes sociais tornou-se um canal frequente para essa faixa etária apresentar suas demandas e descontentos, cabendo refletir sobre as características que cercam essa geração e também as particularidades do uso que fazem da própria tecnologia. Entre os primeiros, destaca-se o prolongamento da dependência do mundo adulto, o que implica um potencial atraso nos processos de amadurecimento. Isso traz consigo uma insatisfação vital que encontra nas redes um cenário perfeito para se manifestar e lutar contra o estabelecido. No que diz respeito à tecnologia, é evidente que ela atende às necessidades dos jovens em vários níveis, o que a torna quase essencial para seu cotidiano nas sociedades mais desenvolvidas. Estas reflexões levantam questões a serem abordadas no âmbito do estudo dos jovens e do ativismo digital e que têm a ver com o grau de desenvolvimento da sua competência digital, com a sua capacidade de lutar contra a desinformação que assola as democracias, e também com a componente mais humana que supõe o uso multidimensional que fazem da tecnologia. Os jovens ocupam e vivem em espaços digitais, e isso implica enfrentar radicalmente essa realidade, também a partir da pesquisa.

Palavras-chave: juventude; digitalização; ativismo; competência digital; comunicação móvel; desinformação.

1. Introducción

Aunque no son los únicos actores en el mundo digital, ni tampoco del activismo social, la presencia de las generaciones más jóvenes en la génesis o la promoción de movimientos que promueven causas sociales de todo tipo es un hecho (Jenkins et al., 2016). Quizá porque concurren en este grupo de edad sendas características que lo hacen más fácil o posible: una etapa vital en la que, por sus circunstancias personales tienden a ser críticos con el sistema y a buscar mejoras, en muchos casos radicales, que satisfagan sus demandas; y por otro una familiaridad con la tecnología digital que facilita que muchas de sus acciones puedan ser difundidas y promovidas online (Fernández-Prados et al., 2021; Earl et al., 2017).

Aunque sea un caso concreto, basta pensar en el papel que ha tenido la joven Greta Thunberg en la reclamación de medidas más concretas y eficaces a los responsables políticos contra el cambio climático (Bergmann & Ossewaarde, 2020). Aunque su activismo no es estrictamente digital, basta recordar como para comparecer ante el senado de EEUU atravesó el Atlántico en barco para minimizar la huella de carbono de su viaje, todos sus gestos y acciones, además de ser coherentes y responsables con su postura, son materia perfecta para ser viralizados en redes sociales. Incluso con visiones polémicas que, a la larga, incrementan también el alcance de su postura y sus postulados. La juventud de Greta ha sido utilizada por muchos de sus detractores, que consideran que carece de la experiencia suficiente, pero en muchas ocasiones esto mismo ha contribuido a acrecentar su impacto, ya que esta posición interpela también directamente a los y las jóvenes, a quienes muchas veces se les acusa precisamente de esto mismo para negarles una participación en los asuntos sociales.

El presente texto pretende profundizar en estos dos aspectos de la generación más joven: por un lado, sus características personales, sociales y culturales que les convierten en agentes tan incómodos como necesarios para el cambio; y por otro, su acceso y uso generalizado de la tecnología digital, que les sitúa en una posición de cierto privilegio para dar voz a sus demandas. De manera previa, se hará un repaso breve a algunas cuestiones de la cultura contemporánea que afectan también a este grupo de población. Las conclusiones serán necesariamente abiertas ya que esta realidad plantea nuevas preguntas que habría que buscar responder también desde la comunicación.

2. Rasgos de la cultura contemporánea

Las sociedades occidentales, globalizadas en gran parte gracias a la influencia de los medios de comunicación (Flanagan et al., 2007), del capitalismo y, más recientemente, de la tecnología digital, comparten algunos rasgos que se pueden destacar. Estos rasgos sociales no son exclusivos de la juventud, pero sin duda les afectan directa e indirectamente al crear un determinado entorno en el que crecen, son educados y les facilita claves para su autoconocimiento y autocomprensión, que derivarán en una determinada manera de responder a los eventos sociales y políticos. Cuatro son los rasgos generales que, para el marco del presente artículo, sería interesante destacar.

En primer lugar, es común reconocer que la sociedad occidental sufre una crisis de valores (Holton, 1987; Kosellek, 2000; Amin, 2004) y que las convicciones y las ideologías imperantes y dominantes durante siglos han dejado de tener vigencia masiva. Sin embargo, y de acuerdo con Lipovetsky (1987), podría decirse que no estamos ante el fin de las ideologías, sino que ha llegado el momento de su reciclaje en la “órbita de la moda”. De acuerdo con el sociólogo francés, nunca antes en la historia se habían producido tantos cambios en la orientación cultural e ideológica y se ha pasado de una interpretación del mundo que aspiraba a una cierta grandeza ante el consumo rápido más propio de las sociedades de mercado (Lipovetsky, 1987). Y lo fugaz en materia ideológica está sin duda destinado a incrementarse y a adquirir ese carácter líquido del que hablaba Baumann (2008). La lectura más bien optimista de Lipovetsky en este punto se asienta en que la sociedad occidental ha logrado un nivel democrático que permite que las ideologías que nos han conducido hasta él pasen ahora a un plano más opcional y menos grave. Esta nueva sensibilidad en lo ideológico ha abierto nuevos espectros, hasta hace poco minoritarios o residuales, como la defensa del medioambiente a través de la lucha contra cambio climático (Belotti et al., 2022; Han & Ahn, 2020) o la ideología de género (Russell et al., 2010).

En segundo lugar, y tal y como apunta Jameson (1984), se percibe en la cultura contemporánea una cierta “desaparición del sentido de la historia”. Esta pérdida implica negar o rechazar cualquier aspecto valioso en el pasado que aboca a vivir en un presente eterno. Esta generación posthistórica es crítica en ocasiones con los sacrificios personales y colectivos que han sido precisos para lograr determinadas conquistas sociales. El juicio al pasado desde presupuestos morales contemporáneos suele conducir a una cierta, y a veces contundente, repulsa a actitudes, comportamientos o decisiones de un pasado que no se puede cambiar y que tienden a juzgarse con dureza.

En consecuencia, a la rápida mutabilidad de las ideologías que apunta a un futuro carente de guía o, en el mejor de los casos, con una en cambio continuo, se suma un pasado que no tiene valor prescriptor. Y en ese presente perpetuo o eterno que queda como única posibilidad, se ha instaurado un régimen eminentemente emocional que es, en ocasiones, la única guía posible. Pero este tiene sus propias paradojas, ya que en “la actualidad conviven simultáneamente la racionalidad científico-tecnológica que solo cree lo que ve y lo que puede demostrarse con métodos científicos positivos, con el ideal romántico de autoexpresividad que ha encontrado en internet, y de modo particular en las redes sociales, su mejor campo de juego” (González, 2011, p. 99). De esta manera, la cultura contemporánea con frecuencia se entrega vivir las emociones con un ímpetu romántico, pero también con una duración breve: solo en el presente, sin implicaciones o consecuencias concretas para el futuro. Un futuro que, por otra parte, se presenta incierto en todos los terrenos, y de modo particular para las generaciones más jóvenes, que ven crecer la precariedad laboral y la dificultad de completar etapas vitales incluyen la independencia económica de sus familias (MacDonald y Giazitzoglu, 2019; Milan, 2019).

El último rasgo que se quiere destacar en este texto sobre la cultura contemporánea es la transformación de las condiciones trascendentales de la experiencia de acuerdo con Kant: el tiempo y el espacio. La globalización, y de modo particular la tecnología, han modificado sensiblemente la percepción del espacio y el tiempo del hombre contemporáneo (Earman, 1991). El mundo es percibido más cercano, más pequeño; aparecen nuevos espacios, como los virtuales, con ingentes cantidades de información que generan la ilusión de ser manejables, explorables. Se produce un tránsito continuo del mundo offline concreto y cercano al online, a veces lejano y aspiracional. En lo que a la percepción del tiempo se refiere, pasa algo similar: hace no muchos años el concepto de tiempo real, el tiempo de respuesta de un sistema ante una orden enviada, se estimaba en 4 segundos. Hoy la tecnología es instantánea, y la comunicación es posible a través de vídeo, audio, imágenes o texto con gran rapidez. Las herramientas de búsqueda arrojan cientos de miles de resultados a búsquedas concretas en apenas unas milésimas de segundo, lo que cambia la percepción del valor que quien usa la tecnología otorga a un segundo, lo que adquiere una nueva profundidad si el presente, como se ha dicho, es lo único real y válido.

Este breve repaso a algunas de las notas características de la cultura contemporánea dibuja una encrucijada marcada por tres ejes: una sociedad donde el futuro no ofrece una guía sólida como referente; un pasado al que se le niega la posibilidad de servir de modelo para entenderse; y el presente perpetuo (Jameson, 1984) donde el régimen emocional imperante es eminentemente romántico y tiende a dejar traslucir las emociones con gran naturalidad (González, 2011). En este cruce de caminos se encuentra la juventud hoy.

3. Jóvenes y estructuras

Crecer siempre ha implicado una cierta ruptura con lo establecido. La mirada ingenua, o radicalmente novedosa, sobre la realidad que tiene la juventud hace que surjan preguntas que el mundo adulto ya no se formula. Y también en la tensión propia de la juventud está inserta la voluntad de cambiar aquello que no se ajusta a lo que se considera ideal o necesario (Ginwright y James, 2002). Es común hablar de brechas generacionales con todas las connotaciones del término brecha: ruptura, cambio, distancia, incluso abismo. Y estas brechas se han producido históricamente y forman parte del proceso de evolución personal y social (Sharkey, 2008).

La generación joven de inicios del siglo XXI, que ha recibido etiquetas como millennials o generación Z, ha crecido en un contexto cultural, social y económico determinado que ha resaltado algunas características frente a otras propias de generaciones anteriores. En este contexto, la tecnología también ha jugado un papel muy relevante en la medida en que modifica su autopercepción, su identificación personal y su relación con otros y con el entorno inmediato y lejano.

De acuerdo con Galland (2001), vivimos las consecuencias de una institucionalización de la postadolescencia, provocada por la decisión o decisiones, más o menos explícitas, que se tomaron para alargar la vida escolar con el fin de asegurar un mayor equilibrio del mercado laboral, y del sistema en su conjunto. Lo que hasta entonces había sido lo habitual, que alguien con 16 años podía acceder a su primer trabajo formal y quizá antes de los 20 ser capaz de crear y sostener una familia, se tornó imposible al endurecerse los requisitos de acceso y, también, al mejorar los sistemas de protección a los menores de edad. La adopción casi universal de la Declaración de los Derechos del Niño de la ONU fijó en los 18 años la edad considerada como marco de protección especial.

De acuerdo con esto, además de ofrecer programas formativos no solo universitarios, sino también de formación profesional, se asumió que la sociedad adulta, la estructura o el sistema, eran responsables de tomar decisiones por un grupo de edad que, hasta ese momento, había sido capaz -o se había visto obligado- a tomarlas por sí mismo. Para Galland (2001), la postadolescencia puede ser entendida como una revolución en el valor que las distintas generaciones se dan entre sí y las obligaciones que se establecen entre ellas. Ya Béjin (1983) reconocía que a finales del siglo diecinueve comenzó a extenderse la idea de que la adolescencia no era necesariamente una breve y dolorosa transición entre dos periodos relativamente largos de la vida. Debido, entre otras cosas, a las dificultades económicas que motivaban que no hubiera trabajo para este grupo de edad más joven, se hizo un esfuerzo colectivo por alargar su entrada a la vida adulta. Al compensar a la gente joven por estas desventajas mientras se les negaba ningún poder, las generaciones adultas les mantendrían en un estado de dependencia prolongada que servía a sus propios intereses (Galland, 2001). Esto permite intuir, en primer lugar, que el propio sistema ha propiciado una cultura que positivamente ha podido fomentar un cierto infantilismo y provocar una no deseada o más prolongada inmadurez de sus jóvenes.

Esta preocupación o necesidad de cuidar que se ha arrogado la sociedad adulta ha tomado también unas características propias debido a otros elementos como la baja natalidad que tiene como consecuencia hogares o unidades familiares más reducidas, con 2 hijos como media en muchas de las sociedades occidentales. Una combinación simple de estos dos elementos hace posible entender que los padres y las madres han tenido la oportunidad, y la preocupación, de cuidar más de cerca y más atentamente a su prole, llegando en ocasiones a lo que comúnmente se señala con cierta preocupación sobre una posible infantilización de este grupo de edad, a quien con esta actitud se les exime también de tomar otras decisiones que su familia toma por ellos y se dificulta la madurez plena.

Se entiende la madurez como la capacidad de diferenciar la propia vida interior del mundo externo (Hogan y Roberts, 2004). En la época infantil, niños y niñas suelen tener compañeros imaginarios que creen y experimentan como reales (Gleason y Hohmann, 2006): en esta edad infantil, la imaginación, el mundo interior, se entrelaza con el mundo externo de una manera natural. Pero madurar consiste en adquirir los recursos psicológicos necesarios para hacer esta distinción, que para la juventud de hoy es difícil de afrontar. A veces parecieran pensar que las ideas correctas y la actitud adecuada bastan para cambiar la realidad (Naval y Sádaba, 2003). Esta dicotomía entre ideales y vida real cotidiana produce un brecha entre juicios y acciones, lo que puede conducir a una cierta predisposición a vivir en lo imaginario y, más concretamente, en lo virtual, limitando su contacto con la realidad que no han aprendido a conocer y que los deprime.

Esta cierta infantilización, promovida en cierto modo por la sociedad, está perfectamente descrita en un artículo publicado por The Atlantic en el año 2014: The Overprotected Kid. En él se da cuenta de cómo a mediados de los 90 del siglo XX Noruega aprobó una ley que requería que las zonas de juego infantil cumplieran unas ciertas normas de seguridad. Ellen Sandseter, profesora de educación infantil en Trondheim, acababa de tener a su primer hijo y observó como todas las zonas de juego de su vecindario se transformaron en lugares tan estériles como aburridos. Sandseter, que había escrito su tesis de máster sobre la necesidad de riesgo de los adolescentes, había percibido como si no satisfacían esa necesidad de alguna manera socialmente aceptable y tolerable, cabía la posibilidad de que los y las adolescentes desarrollaran conductas de mayor riesgo y más descuidadas. Desde su experiencia como madre primeriza se preguntó si sucedería lo mismo en el caso de los más pequeños. En 2011 publicó los resultados de su investigación en un paper titulado “Children’s Risky Play From an Evolutionary Perspective: The Anti-Phobic Effects of Thrilling Experiences.” Niños y niñas, concluía, tienen una necesidad sensorial de probar el peligro y la excitación; esto no significa que lo que hagan sea peligroso, pero ellos sí necesitan sentir que están corriendo un riesgo. Eso les asusta, pero después superan el miedo. En su trabajo identificaba seis tipos de juego arriesgado: 1) explorar las alturas o “perspectiva de pájaro”, subir tan alto como sea necesario para tener miedo; (2) manejar herramientas peligrosas –tijeras o cuchillos, martillos- que al principio parecen imposibles pero que a esta edad aprenden a dominar; (3) estar cerca de elementos peligrosos (jugar cerca del agua o del fuego, de manera que sean conscientes de que hay un peligro cerca); (4) juego del empujón y peleas, donde niños y niñas aprenden a negociar la agresión y la cooperación; (5) el riesgo de la velocidad (andar en bici, esquiar a velocidad que se sientan como muy rápida); y (6) explorar la realidad por uno mismo (Sandseter, 2011). Podría parecer que el ejercicio de Sandseter responde a una nostalgia por un pasado que no volverá, pero lo cierto es que sus conclusiones son consistentes con otras investigaciones realizadas sobre los procesos de madurez de la juventud contemporánea, como las dirigidas por Kyung Hee Kim (2011), que alerta de una mayor disposición a la depresión, al narcisismo y una menor capacidad de empatía de esta generación joven como fruto de este déficit de juego y de riesgo (Sandsteter, 2011).

Todo esto no evita que la juventud siga siendo una etapa en la que, debido a la energía física y psicológica que le caracteriza, esa inconformidad latente busque la manera de emerger y hacerse notar (Jay, 2012). En este contexto, la aparición y generalización de la tecnología y los medios sociales hace que esto sea posible y que, de hecho, suceda.

Todo esto no anula la importancia de otros activismos que tienen otras raíces más allá de la juventud, o de la implicación de otros grupos sociales. Pero sí que la digitalización creciente de la sociedad convierte a este grupo de edad en protagonistas de primera línea y sobre los cuales merece la pena una reflexión particular.

4. ¿Nativos digitales? La juventud en el entorno digital

Niños, niñas y adolescentes, y también los y las jóvenes adultos, parecen responder bien al perfil de nativos cuando hablamos del mundo digital. Pese a que no hay evidencias científicas que sustenten que exista una generación que pueda ser, de manera homogénea y generalizada, una generación de “nativos digitales” (Prensky, 2001), es igualmente cierto que este grupo de edad tiene, en términos generales, más familiaridad y un contacto más continuo con la tecnología en múltiples contextos, educativos y familiares, lo que les convierte, sobre todo en las sociedades occidentales, en usuarios preferentes de la tecnología. En algunas ocasiones este uso intenso en múltiples dimensiones de su vida puede ir asociado a riesgos y, sobre todo en el caso de que sean menores de edad, se percibe una necesidad de protegerles de los posibles riesgos.

En su caso, y fruto de la carencia de referentes personales de un mundo sin tecnología, o sin haber experimentado otros miedos asociados a su uso que puede aportar la experiencia, la tecnología permite que se cree una relación con las pantallas y con el entorno digital más fluida. En este punto, y de acuerdo con Buckingham (2015), es preciso no olvidar que esta relación especial no implica per se un mayor conocimiento ni, sobre todo, una mayor competencia digital tal y como se ha definido. Es más, el propio Buckingham alerta de que este uso intenso no desarrolla en quien la usa un sentido ético sobre las implicaciones de la tecnología que debe ser trabajado y tratado de otra manera. Mientras que sus habilidades tecnológicas pueden ser puntualmente mayores para algunas cosas, el uso crítico y seguro que postulan los frameworks internacionales como característicos de la competencia digital quedan muy lejos de ser completados (Martínez-Bravo et al., 2022).

Dicho esto, está claro que además de la mayor accesibilidad, este grupo de edad usa intensivamente la tecnología digital y las redes sociales. Estas últimas, en particular, satisfacen de modo muy conveniente necesidades propias de la edad preadolescente y adolescente (Sádaba, 2018). De acuerdo con la teoría de los usos y gratificaciones recién mencionada, podría decirse que la tecnología satisface necesidades afectivas, sociales, de evasión e identitarias que se viven en esta edad de una manera especialmente intensa.

De acuerdo con Livingstone (2002), los cambios radicales en el contexto mediático y tecnológico han provocado la aparición de nuevos retos y posibles peligros para esta generación que convive con mucha más naturalidad en un contexto digital, que les ofrece también oportunidades sin precedentes. La atención de la opinión pública se ha inclinado habitualmente por los posibles riesgos, incluso sin la necesaria distinción entre riesgo y daño, y ha dejado en un terreno más ambiguo y confuso la formulación de las oportunidades que representa la tecnología para los y las más jóvenes (Richards et al, 2015; Staksrud et al, 2013). En este marco, son múltiples las posibilidades comunicativas que se abren en el entorno digital y que están siendo aprovechadas por este segmento de edad. Su particular afinidad por los medios sociales pone de manifiesto su utilidad para satisfacer necesidades que les son propias, bien por razón de su edad, bien por el contexto social y cultural que les ha tocado vivir.

Podría decirse que los medios sociales están en el corazón de una cultura y una generación que ha crecido en digital y que, de manera radical aprende, trabaja, juega, se comunica, compra, y crea comunidades de maneras muy distintas a cómo lo hicieron sus padres y madres. Kietzmann et al. (2011), preocupados por la falta de concreción sobre qué son y para qué sirven los medios sociales, proponen un modelo en “panal” que consta de siete bloques funcionales que estos medios pueden cumplir: identidad, conversación, compartir, presencia, relaciones, reputación y grupos. Este esquema permite con cierta facilidad ver que muchas necesidades propias de la edad joven pueden ser satisfechas con más facilidad por los medios y redes sociales (Sádaba y Pérez Escoda, 2020; Naval y Sádaba, 2003).

Las prácticas comunicativas que durante la juventud se llevan a cabo de manera habitual en este entorno y que se llega a postular como un cambio de paradigma comunicativo (Sádaba y Pérez Escoda, 2020), no están exentas de un carácter esencialmente experiencial que se vincula a sus propias vidas. Esto hace que se trate de un fenómeno que, dada su potencial implicación en su formación personal y en su autocomprensión, deba ser estudiado.

La comercialización que ha promovido también el uso de internet hace que sea grande el interés de las marcas por conocer los motivos por los que este grupo de edad se mueve en el entorno digital. Pero el enorme calado de esta pregunta hace necesario que la respuesta proceda no solo del ámbito de los intereses económicos, sino de otras esferas, como la comunicativa, la antropológica, o la sociológica, que aporten claves más perdurables y universales.

5. A modo de conclusión: más preguntas que respuestas

Como ya se anunciaba al inicio de estas líneas, este texto tiene un cierre abierto, donde las respuestas no están definidas. En cierta medida porque la propia naturaleza de la juventud está abierta al futuro y, por tanto, no determinada a priori.

No obstante, sí se pueden plantear algunas ideas y líneas de trabajo que merecería la pena investigar en el futuro con el fin de entender mejor qué papel juega la juventud en el activismo social y político contemporáneo. En concreto, hay tres ideas que sobresalen por su importancia.

La primera tiene que ver con las respuestas a estas preguntas: ¿hasta qué punto están los y las jóvenes preparados para afrontar las consecuencias del uso de la tecnología en el ámbito del activismo? ¿han adquirido la competencia digital precisa para utilizar la tecnología con eficacia, pero con responsabilidad? La competencia digital (Martínez-Bravo et al, 2020) es un concepto que ha tenido multitud de aproximaciones y que puede resumirse en la capacidad para utilizar la tecnología de manera “efectiva, eficiente, apropiada, crítica, creativa, autónoma, flexible, ética, reflexiva para el trabajo, el ocio, la participación, el aprendizaje, la socialización, el consumo y el empoderamiento” (Ferrari, 2012, p. 5). Pese a su importancia, y a ver haber sido objeto de numerosos documentos internacionales que analizan cómo desplegar los medios para que esta competencia sea adquirida por toda la ciudadanía (Martínez-Bravo et al., 2022), lo cierto es que todavía no existe un estándar que permita medir de modo universal su grado de alcance. En cambio, sí está claro que la desigualdad y la inequidad pueden producir brechas profundas en la capacidad de formarse en esta competencia, dejando a amplios grupos de población, sobre todo los más vulnerables, sin su conocimiento. Los y las más jóvenes han sido desde el inicio objeto, al menos en los países occidentales, de los esfuerzos de gobiernos e instituciones, en este ámbito. No obstante, todavía hay un gran trabajo que realizar y no está claro que se esté haciendo de manera homogénea.

Esta primera pregunta es importante sobre todo a la luz de un fenómeno no novedoso, pero sí de especial urgencia en la sociedad contemporánea: la desinformación. En este sentido, emerge la segunda pregunta que plantean la ideas desarrolladas en este texto: ¿es la juventud capaz de enfrentarse a un contexto donde la desinformación adquiere formas y utiliza canales diversos?¿pueden luchar, y vencer? Con la emergencia provocada por la pandemia de la Covid-19, la desinformación ha alcanzado niveles preocupantes desde el punto de vista de la salud de las sociedades democráticas. Y gran parte de esta desinformación circula por los medios y redes sociales (Salaverría et al, 2020). La competencia digital idealmente respondería bien a esta situación, haciendo que los ciudadanos, incluidos los y las más jóvenes que están muy expuestos a las redes sociales, tuvieran los recursos personales y técnicos, para hacerle frente. No obstante, se percibe la necesidad de seguir trabajando en este campo y formar a este grupo en la necesaria alfabetización mediática que les proteja y que es parte de la competencia digital (Sádaba y Salaverría, 2023). El activismo utiliza los medios de comunicación tradicionales, digitales o independientes, y también por supuesto las redes sociales. Conocer los mecanismos que generan la desinformación es una obligación para quienes ejercen el activismo, no solo para desarrollar su labor con responsabilidad, sino también para protegerse ante la proliferación de bulos o noticias falsas que se generan en estos entornos. El entorno y la velocidad que la tecnología digital aporta a este fenómeno hace precisa una respuesta rápida y clara por parte de todos los implicados en la formación de la gente joven (Sádaba et al., 2022).

En último lugar, y dado que el uso de la tecnología es multidimensional en la vida de la juventud hoy, cabría preguntarse ¿son conscientes de la necesidad de una reflexión personal sobre cómo y para qué utilizan la tecnología? En este sentido, cabría la opción de plantearse esta competencia digital, o la propia competencia mediática, como algo más esencial que instrumental (Kacinova y Sádaba, 2022), con hondas raíces humanística. Quizá es esta última aproximación la más relevante en el tema que ocupa en este monográfico, ya que los propios fines del activismo no dejan de estar enraizados en necesidades sociales y humanas que trascienden lo técnico e incluso lo tecnológico, aunque lo utilicen para lograr sus fines.

El impacto que la Covid-19 ha tenido en las relaciones sociales de este grupo de edad y también en su salud y bienestar mental (Samji et al, 2022), de manera particular entre los más vulnerables (Silliman y Bosk, 2020), hace que sea una obligación prestar atención a estos asuntos dada su implicación en el presente y el futuro de la sociedad en su conjunto. El análisis de casos y experiencias concretas de activismo digital, sobre todo aquellos promovidos por grupos jóvenes, puede dar luz a algunas de estas preguntas y ayudar a definir líneas de investigación que aspiren a generar evidencias sobre las que desarrollar líneas y acciones educativas.

Referencias

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Notas de autor

* Profesora. Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra, España

Información adicional

- Artículo invitado -

Para citar este artículo : Sádaba, Charo. (2022). Juventud, digitalización y activismo. Algunas reflexiones. ICONO 14. Revista Científica De Comunicación Y Tecnologías Emergentes, 20(2). https://doi.org/10.7195/ri14.v20i2.1902

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ISO 690-2
Harvard
ICONO 14, Revista de comunicación y tecnologías emergentes

ISSN: 1697-8293

Vol. 20

Num. 2

Año. 2022

Juventud, digitalización y activismo. Algunas reflexiones

Charo Sádaba 1






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