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Activismo y comunicación en la era digital: ¿Perjudican las redes sociales la movilización ciudadana?
Activism and communication in the digital age: Do social networks affect citizen mobilization?
ICONO 14, Revista de comunicación y tecnologías emergentes, vol. 16, núm. 1, pp. 42-63, 2018
Asociación científica ICONO 14

Monográfico


Recepción: 13 Octubre 2017

Publicación: 01 Enero 2018

DOI: https://doi.org/10.7195/ri14.v16i1.1126

Resumen: Este artículo analiza las relaciones entre comunicación y activismo en la era digital. Se analizan dos casos –el 15M español y su secuela estadounidense: el movimiento Occupy Wall Street- porque ambos coindicen en el tiempo y se producen en países democráticos con medios de comunicación libres. Para entender el diferencial que ha supuesto el paso de lo analógico a lo digital se les compara con el movimiento por los derechos de los afroamericanos en EEUU en los 60. El artículo se ha construido con declaraciones en medios de comunicación, libros y trabajos académicos de protagonistas y analistas. La conclusión es que las redes sociales pueden facilitar los movimientos que no atacan al sistema, pero pueden perjudicar a aquellos que pretenden un cambio real.

Palabras clave: Activismo, Comunicación social, Sociedad digital, Redes sociales, Sociedad digital.

Abstract: This article analyzes the relationships between communication and activism in the digital age. Two cases are analyzed - the Spanish 15M and its American sequel: the Occupy Wall Street movement - because both occur at the same time and in democratic countries with free media. In order to understand the differential between the analogue and the digital era, they are compared to the African American rights movement in the 1960s. The article has been constructed with statements in the media, books and academic works of protagonists and analysts. The conclusion is that social networks can facilitate movements that do not attack the system, but can harm those who seek real change.

Keywords: Activism, Social communication, Social networks, Digital society.

Para citar este artículo

Elías, C. (2018): Activismo y comunicación en la era digital: ¿Perjudican las redes sociales la movilización ciudadana?, Icono 14, volumen 16 (1), pp. 42-63. doi: 10.7195/ri14.v16i1.1126

Artículo invitado

1. Introducción

¿Cuál es el papel de la comunicación en el éxito de un movimiento social? ¿Por qué unas movilizaciones tienen éxito y otras no? Este artículo intentará responder retrospectivamente: analizar la comunicación de tres movimientos sociales: el de los derechos civiles en EEUU en los 60 y el Occupy Wall Street en 2011 junto al 15M español. Los tres casos proceden de países occidentales, democráticos y con medios de comunicación potentes, pero uno se produjo en la era analógica y los otros dos en la digital. Es una forma de analizar el diferencial. La metodología ha consistido en rastrear en medios de comunicación, libros y artículos de investigación la opinión de los protagonistas e investigadores de esos movimientos y, después, intentar compararlos para sacar conclusiones. El movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos tuvo éxito, el Occupy Wall Street fue un claro fracaso y el 15M tuvo una posible materialización política en Podemos pero su influencia aún es un enigma.

2. Cronología del 15M desde la comunicación

Es difícil determinar cuándo comenzó a gestarse el 15M (15 de Marzo de 2011) y por qué en España y no en otros países con condiciones similares. Fue un movimiento espontáneo de población contra un gobierno de izquierda (gobernaba el PSOE de Rodríguez Zapatero) pero que cuestionaba todo el sistema: económico, político, social. Esa idea de frustración social pudo gestarse unos meses antes: el 19-09-2010 el diario El País, el de mayor tirada e influencia, comenzó a publicar una serie de reportajes con un título sugestivo, “Pre (Parados)”. Hablaba de cómo los jóvenes españoles de 20 a 35 años jamás encontrarían trabajo. Los denominaba, en palabras del director de Fondo Monetario Internacional (FMI) en ese momento, Dominique Strauss-Khan, “la generación perdida”. El director del FMI explicaba que España era uno de los países que más sufrirían el fenómeno de jóvenes sin trabajo. Según los economistas, jamás alcanzarían el nivel económico de sus padres, jamás tendrían un trabajo fijo y, según las previsiones, tampoco podrían trabajar de lo que se habían preparado.

Periodísticamente, los reportajes estaban sesgados: aparecían perfiles de estudiantes con una o dos carreras e, incluso, master y doctorado. Parecían jóvenes brillantes, pero se quejaban de que su preparación no servía de nada en un país como España. El domingo 26 se habían publicado 31 historias de tristeza y desesperanza de jóvenes. Pero ese domingo añadieron 14 más. En ellos aparecían jóvenes con currículos aún más extraordinarios: dos y tres carreras universitarias, con varios master y doctorados, pero todos en el paro. Sin futuro. Sin expectativas.

Los titulares de algunos perfiles/reportajes eran duros tirando, incluso, a sensacionalistas: “Si España no quiere saber nada de mí, yo tampoco de ella”1 o “Mi generación es la que no sueña” 2.El diario El País los abrió en su web y algunos tuvieron más de 1.000 comentarios. Creó un foro especial –Eskup.com- donde podían intervenir cientos de personas para contar su caso. El tono de los intervinientes –la mayoría jóvenes en paro- era crispado. Culpaban al gobierno, a los sindicatos, a la generación del 68. La publicación de la serie de reportajes coincidió, además, con la huelga general del 29 de septiembre que los sindicatos le plantearon al gobierno socialista para protestar por las medidas -neoliberales a juicio de los sindicalistas- que un gobierno de izquierda había tomado. En los reportajes participaron 405 jóvenes explicando su historia y 300 más lo hicieron en Eskup, la red social de El País. Otros 500 en Facebook y 450 en Twitter. La serie de reportajes –que contó con 20 capítulos- tuvo 900.000 visitas únicas y dos millones de páginas vistas (Pérez Oliva, 2010). Fueron sesgados porque no publicaron reportajes de jóvenes con éxito (que también los habría), sino de fracaso.

2.1. Nativos digitales que parlotean hasta deshincharse

¿Cómo era esa generación que se quejaba en El País? En 2011 se publicó en Alemania (país sin crisis económica) un ensayo que describía a esa generación de nativos digitales en sus primeros pasos como adultos: Dejad de lloriquear. Sobre una generación y sus problemas superfluos (2012). Su autora, aún veinteañera cuando escribió el libro, era Meredith Haaf (Múnich, 1983), una brillante –y eterna- becaria de Periodismo, graduada –como muchos de su generación que también aparecían en El País- en varias carreras más: en su caso Filosofía e Historia. El libro representó un aullido que conmocionó a muchos teóricos sociales. Una descripción en primera persona de esa generación que acumula títulos universitarios, pero que sabe que vivirá peor que sus padres y que antes de enfrentarse al mundo real, prefiere evadirse en la realidad virtual que ofrece Internet y las tecnologías de la comunicación en general. Ese comportamiento tendrá repercusiones en las movilizaciones.

Haaf sostiene que si hubiese un cementerio de generaciones, el epitafio de la nacida entre 1980 y 1990 podría ser el anuncio de Telekom para la tarifa plana de móviles: “Parlotea hasta deshincharte”. En el anuncio, jóvenes radiantes hablaban sin parar. Frase a frase el volumen de sus cuerpos se iba reduciendo hasta que al final solo se veían hombres y mujeres con bocas enormes yaciendo aplanados en el suelo: “Estaban vacíos pero seguían soltando rollo”, resume Haaf. En su opinión, los miembros de su generación tienen, ante todo, un punto común: su pasión por comunicarse:

De qué trate esa comunicación es, en principio, irrelevante. (...) Nos sentimos desamparados e incomunicados cuando perdemos el teléfono móvil o lo dejamos olvidado en casa de algún amigo. (...) Y cuando en los periódicos se informa de que los trabajadores de las fábricas chinas solo consiguen escapar mediante el suicidio de la presión de producir ordenadores Apple o de que en la zona de conflicto bélico en el Congo el coltán, materia prima para la producción de móviles, es extraído en condiciones criminales e inhumanas, los jóvenes nos preocupamos y quizá hasta posteamos el artículo en Facebook, lo que, sin embargo, no cambia un ápice nuestra percepción de poseer el derecho fundamental de poder comunicarnos permanentemente (Haaf, 2012: 43-44).

Haaf señala que, frente a las generaciones que estudiaron en épocas anteriores, el sistema educativo de los 80 y 90 –donde se formaron los nativos digitales- potenciaba por encima de cualquier otra capacidad el hablar por hablar:

Cómo estoy y qué pienso en este momento es interesante, así que hablo de ello, de lo que soy y de lo que pienso en este momento. Esta lógica en el fundamento de nuestro comportamiento expresivo propició en última instancia el caldo de cultivo para la explosión de las tecnologías de comunicación durante 1990. Quedamos enganchados desde pequeños, bien preparados para la adicción a los medios. No es de extrañar, pues, que muchos de nosotros hayamos escogido la carrera de ciencias de la comunicación, un campo académico que no consiste en mucho más que en analizar diferentes formas de conversación (Haaf, 2012: 62-63).

Haaf considera a su generación muy “individualista” y nada “solidaria” y asegura que el objetivo es diferenciarse de la masa: ya sea con marcas de ropa o con perfiles en Facebook muy trabajados. El único proyecto que debe prosperar es “Yo. S.A.” y la imagen personal no puede verse afectada.

Mi generación se encuentra en una situación paradójica, ya que, por un lado, durante la infancia ha disfrutado de un bienestar económico muy superior al de cualquier generación que la haya precedido –y esto independientemente de la franja de ingresos- pero, por otro, tiene, en comparación con las generaciones precedentes, unas peores oportunidades de conservar siquiera ese bienestar. La movilidad social se ha reducido considerablemente de una generación a otra. (...) Apenas unos pocos de nosotros conseguiremos vivir por encima del nivel de vida de nuestros padres; sin embargo, muchos hemos crecido con una seguridad económica que nos ha hecho personas extremadamente exigentes desde el punto de vista material, aun cuando, sin ayuda externa, no seríamos capaces de satisfaces tales exigencias.(Haaf, 2012: 225).

2.2. El activismo sin Internet: los afroamericanos y la segregación racial

Aunque muchos analistas consideraron que las wikirevoluciones árabes implicaban una nueva era y demostraban que Internet no adormecía a los críticos sino que, incluso, propiciaba su lucha y participación, la realidad es que aún no sabemos las implicaciones reales. Frente a los defensores también hay críticos. Malcolm Gladwell, analista de The New Yorker, escribió un polémico artículo en octubre de 2010, referido sobre todo a algunos conatos de ciberactivismo en Irán o países de Este, en el que sostiene que Twitter o Facebook pueden ser incluso una desventaja de cara a una verdadera revolución.

En su análisis titulado “Por qué la revolución no será tuiteada (Gladwell, 2010)”, considera que las redes sociales proponen relaciones débiles y que para que una revolución tenga éxito, quienes las lideran deben tener lazos más firmes entre ellos y lo ejemplifica con una movilización con éxito: la lucha de los afroamericanos en Estados Unidos durante los 60. “Cincuenta años después de uno de los más extraordinarios episodios de agitación social de la historia de Estados Unidos, parece que hemos olvidado en qué consiste el activismo”, señala Gladwell.

¿Cómo empezó aquel episodio? Como casi siempre con un hecho puntual: en 1960 cuatro estudiantes afroamericanos, de una universidad exclusivamente para negros, se sentaron en la parte destinada a los blancos en el bar de los almacenes Woolworth´s, en el centro de Greensboro, Carolina del Norte. Cuando los camareros los invitaron a irse de aquella zona ellos se negaron y volvieron a pedir respetuosamente su café. Aquella acción, ensayada durante muchos meses en las habitaciones de su residencia de estudiantes, congregó a numerosos espectadores. Los almacenes tuvieron que cerrar porque los cuatro estudiantes no se levantaban. Al final salieron por una puerta lateral, pero advirtieron de que volverían el día siguiente a pedir su café. Esa simple acción desencadenó revueltas a favor de la abolición de la segregación racial en EEUU pero, según sostiene Gladwell, el éxito estribó en que los cuatro estudiantes eran muy amigos, llevaban meses hablando de ese asunto en la universidad y esa amistad cimentó la valentía para desafiar el poder y acatar consecuencias que en aquella época, no lo olvidemos, implicaba la cárcel –pues la segregación racial estaba avalada por las leyes vigentes.

En Internet pueden encontrarse fotografías de los años 50 y 60 que muestran cómo era el ambiente. Parece imposible, a la vista de aquellas imágenes, que unas pocas décadas después pudiera haber un presidente afroamericano. Ganaron los activistas, pero con gran sacrificio y sufrimiento: “El activismo que desafía a los poderes establecidos, el que afronta temas conflictivos hondamente arraigados, no es para espíritus pusilánimes”, sostiene Gladwell, quien describe lo duro que fue el proceso para los activistas.

El sociólogo Doug McAdam realizó un estudio sobre el movimiento Mississippi Freedom Summer Project (McAdam, 1990), otro de los hitos estadounidenses en la lucha por los derechos civiles en los 60, por el que voluntarios, la mayoría estudiantes blancos del norte del país, se trasladaron desinteresadamente a los estados sureños para intentar incluir en los censos electorales a los afroamericanos del Sur profundo.

McAdam comparó las biografías de los activistas que se quedaron toda la campaña con los que abandonaron rápidamente y halló que lo que marcó la diferencia entre una y otra actitud no fue el fervor ideológico –“todos los candidatos, tanto los que se quedaron como los que desistieron, aparecen como defensores bien informados y seriamente comprometidos con los valores de la campaña”-; sino sus relaciones de amistad: los que se quedaron tenían por lo general muchos más amigos cercanos que también iban a ir Mississippi que los que abandonaron la campaña. “El activismo de alto riesgo –concluye también McAdam- es un fenómeno de vínculos fuertes (McAdam, 2010: 23)”.

Sin embargo, el tipo de activismo asociado a las redes sociales no tiene nada que ver con el que surgió en EEUU para erradicar la segregación racial. “Las plataformas de las redes sociales –sostiene Gladwell- se crean a partir de vínculos más débiles. Twitter es una forma de seguir (o ser seguido por) gente que tal vez uno no haya visto en su vida. Facebook es una herramienta para gestionar eficientemente el trato con los conocidos, para seguir en contacto con personas con las que de otra forma sería difícil mantener un contacto”.

Esta es la razón por la que en Facebook se pueden tener miles de “amigos”, lo cual es totalmente imposible en la vida real. Gladwell señala que los propagandistas de los medios sociales no entienden que no es lo mismo un amigo real y consolidado que un agregado en Facebook y que un estudio detallado de las revoluciones humanas exitosas demuestra que el núcleo principal debe estar compuesto por personas que se conocen en un grado de fuertes lazos desde hace mucho tiempo.

Gladwell y McAdam son críticos con el nuevo ciberactivismo no solo porque sustituye las relaciones personales fuertes, sino porque lo digital carece de organización jerárquica potente y ésta también es fundamental para que el movimiento tenga éxito. Para analizar la importancia de la jerarquía en las revoluciones o en el activismo Gladwell se centra en la emblemática figura de Martín Luther King, a quien considera una autoridad incuestionable en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos sin la cual, quizá, no hubiese sido posible el éxito. No obstante, la victoria no dependió solo del carisma de una persona, sino que King era la punta de una pirámide jerárquica muy consolidada en todos los estratos: todo estaba absolutamente controlado por la iglesia afroamericana estadounidense. “Cada grupo tenía asignadas unas tareas específicas y coordinaba sus actividades a través de estructuras jerarquizadas. Los individuos respondían de las tareas que le habían asignado y los conflictos mayores los resolvía el pastor, que solía ejercer la autoridad suprema sobre su congregación”, señala el sociólogo Aldon D. Morris en su estudio sobre los movimientos civiles The Origins of the Civil Rights Movement (Morris, 1986).

Sin embargo, las redes no están controladas por una autoridad central. Las decisiones se toman por consenso y los vínculos que unen a las personas son débiles. “Esta estructura hace a las redes muy flexibles y adaptables en situaciones de bajo riesgo”, señala Gladwell, quien añade: “Los inconvenientes de las redes apenas importan mientras la Red no esté interesada en un cambio de sistema –si lo único que propone es asustar, humillar o provocar revuelo- o mientras no se necesite pensar estratégicamente. Pero cuando uno se enfrenta a un sistema organizado, hay que ser jerárquico”.

¿Por qué parece necesaria la jerarquía en una revolución contra el poder? Porque llevar a cabo una lucha implica mucho sacrificio durante bastante tiempo y para resistirlo hace falta organización, colaboración y, sobre todo, alguien con enorme carisma que alimente constantemente el espíritu de lucha. Volvamos otra vez al activismo de la comunidad negra estadounidense. Tal y como explican Morris (1986), Gladwell (2010) y McAdam (1990) una de las acciones más importantes fue boicotear a la compañía de autobuses que los segregaban en asientos para blancos y otros para negros. El boicot fue masivo: cientos de miles de afroamericanos lo secundaron. Pero para ellos, no coger el autobús implicaba que no podían ir y volver a sus trabajos. Su nivel adquisitivo era tan bajo, que no disponían de medios alternativos de transportes. Es decir, el boicot no era algo lúdico, que se hiciera en el tiempo libre, o sin consecuencias; sino que literalmente implicaba que podían perder sus trabajos y morirse de hambre ellos y sus familias. Cuando alguien está dispuesto a ese sacrificio, la lucha sí tiene posibilidades de ganarse. El boicot duró un año, hasta que la compañía de transportes eliminó aquella brutal discriminación, pero durante ese año los organizadores del boicot encargaron a cada una de las iglesias locales que sus pastores hicieran uso de su autoridad jerárquica para mantener alta la moral. Los responsables del boicot montaron un servicio alternativo gratis de automóviles compartidos con 48 conductores voluntarios y 42 paradas para camionetas.

El Consejo de Ciudadanos Blancos tuvo que admitir que el sistema de automóviles compartidos funcionó con “precisión militar”. Las pérdidas de la compañía durante un año –porque los negros, aunque discriminados en los asientos también pagaban religiosamente el autobús y lo cogían más que los blancos- hizo que depusieran su actitud discriminatoria. Gladwell en su recreación de aquella lucha por los derechos civiles recuerda que cuando Martin Luther King se enfrentó con el jefe de policía Bull Connor, llevaba un año de trabajo con el boicot, tenía un presupuesto de un millón de dólares de la época y un equipo de 100 personas a tiempo completo trabajando en distintas unidades operativas. El apoyo popular se mantuvo gracias a mítines masivos convocados de forma rotativa en distintas iglesias.

No cabe duda –reflexiona Gladwell- de que los entusiastas de los medios sociales intentarán convencernos de que la tarea de King en Birmingham hubiera sido infinitamente más fácil si hubiera podido comunicarse con sus seguidores a través de Facebook y se hubiera limitado a mandar tuits desde la cárcel de Birmingham. Pero las redes son liosas: no hay que ver más que el modelo recurrente de corrección, revisión, enmiendas y debates que caracterizan Wikipedia. Si Martín Luther King hubiera intentado un wikiboicot en Montgomery [la compañía de autobuses que discriminaba a los negros] la formidable estructura de poder blanco lo hubiera arrasado. ¿Y qué sentido tiene una herramienta de comunicación digital en una ciudad en la cual puedes llegar todos los domingos al 98% de la comunidad negra? Lo que King necesitaba en Birmingham –disciplina y estrategia- son cosas que los medios sociales de la Red no pueden proporcionar (Gladwell, 2010).

2.3. La Spanish Revolution del 15M

Quizá Gladwell sea algo pesimista, como le criticó el analista de nuevas tecnologías de The Guardian, Leo Miriani, en su post “Sorry, Malcolm Gladwell, the revolution may well be tweeted”3. Las redes sociales no pueden sustituir a la lucha en las calles y al activismo real, pero pueden suponer una ayuda para comunicarse en un mundo muy individualizado o donde la gente tiene miedo de expresarse como en los países árabes. En Occidente ha habido dos movimientos similares –aunque en contextos y consecuencias muy diferentes- a las revueltas árabes: el movimiento Occupy Wall Street (en septiembre de 2011 en Estados Unidos) y, sobre todo, el 15-M (de Mayo de 2011) que la prensa internacional bautizó como Spanish Revolution. Centrémonos un poco en el caso español: otra vez se repitió un patrón: una pequeña acción aislada, un ciudadano anónimo en un lugar cualquiera y, de repente, aflora una convulsión nacional o mundial. El más inocente acto de rebeldía virtual puede ser el inicio de una revolución real. Nada es ahora previsible. Nadie puede determinar qué se convertirá en una noticia mundial o pasará inadvertido entre los billones de informaciones diarias que genera el entorno cibernético.

El inocente episodio de rebeldía ocurrió a mediados de febrero de 2011. Y el Mohamed Bouazizi (desencadenante de las revueltas de Túnez al quemarse a lo bonzo) español se llamaba Fabio Gándara, un abogado en paro de 26 años, aspirante a funcionario, que se hartó de su pobre horizonte profesional y, en lugar de acometer un acto más heroico a los ojos de la épica, decidió hacer algo más efectivo en la nueva era: creó un grupo en Facebook, la “Plataforma de Coordinación de Grupos Pro-Movilización Ciudadana”. Después mandó un mensaje a sus conocidos: “Únete”.

Esa fue la segunda chispa. La primera fue abrir un blog, “Juventud en acción”, el 27 de diciembre de 2010, coincidiendo con el paso parlamentario de la Ley Sinde respecto a las descargas en Internet. Y también coincide con la serie de reportajes “(Pre) Parados”, de El País que empezaron a publicarse en septiembre de 2010. Uno de los primeros en “unirse” al grupo de Facebook de Gándara fue otro joven, Pablo Gallego, de 23 años, quien también tenía su propio blog: “Mayo del 68 en España (Álvarez et alt. 2011)”.

En una de sus entradas, Gallego escribía: “Soy un joven hastiado de la situación en España y sé que no estoy solo”. No deja de ser relevante que este joven hubiese estudiado en ICADE, en la elitista y privada universidad jesuita de Comillas, donde acude una parte de la clase dominante y conservadora española (otra va a universidades del Opus Dei). Las razones que dio a la prensa para argumentar su apoyo al grupo inicial de Facebook no son ideológicas, sino meritocráticas: “Yo hablo inglés y alemán, hago prácticas de marketing en una multinacional, tengo una licenciatura, estoy a punto de sacarme otra.... Y los ministros, ¿qué? Algunos no tienen ni carrera, mientras que jóvenes con doctorado trabajan de dependientes (Suárez, 2011)”. Es decir, este joven no pretendía cambiar el sistema, sino que se consideraba con más méritos para ocupar un ministerio que los que en ese momento ostentaban el cargo. Su ira estriba en que el sistema no le deja entrar, pero no era antisistema.

Tener 23 años en 2011 y en España implicaba haber vivido en un periodo en el que fue muy fácil estudiar y, sobre todo, al no haber habido aislamiento –como ha sucedido con frecuencia en la historia española-, ha permitido a una parte significativa de la población aprender idiomas, circunstancias de la que los que se formaron en el tardofranquismo (la mayoría de los ministros a los que Gallego criticaba) no se beneficiaron. ¿Saber idiomas es fundamental en un político? Habría que analizar los mejores políticos de la historia y su preparación idiomática.

El alimento de su ira -que él tenía carrera universitaria y los ministros no- era incierto. Sólo uno de todos los ministros que ejercían sus funciones en mayo de 2011 no era licenciado (le faltaban asignaturas para terminar la carrera).

¿Cuál era el verdadero origen de la indignación de Pablo y su amigo Fabio? No era tanto económico, sino social y, sobre todo, demográfico. La mayor parte de los indignados estaba entre los 19 y los 24 años y, lo más relevante, el 70% tenía estudios universitarios, frente al 16.3% de la población española de esas edades (León, 2011). Con la preparación que tenían Pablo y Fabio, la generación de sus padres llegaba fácilmente a cualquier puesto relevante de la sociedad porque muy pocos la tenían. Los padres de la generación de veinteañeros indignados en 2011 eran cincuentones, nacidos en el babyboom español. Terminaron sus estudios cuando el país necesitaba cientos de miles de técnicos –profesores, médicos, ingenieros, científicos, economistas, abogados, periodistas- para transformar un país del XIX en uno del XX y XXI. En 2011, como consecuencia de la extensión de la educación universitaria a todas las capas sociales durante la democracia, la preparación de Fabio y Pablo no implicaba nada de forma automática, como les hubiera gustado y como le sucedió a sus padres, cuarentones o cincuentones del babyboom español, aún jóvenes en 2011, a los que les quedaba 20 ó 25 años para jubilarse y, por tanto, para que Pablo y Fabio pudieran ocupar un puesto similar.

Es importante tener en cuenta todo esto, porque en otros países la situación de los jóvenes de su edad es distinta: el babyboom fue anterior (y, por tanto, esa generación está muerta o muriéndose y, en cualquier caso, fuera del mercado laboral) y el desarrollo económico no ha sido tan concentrado en tan escaso margen de tiempo, lo que permite una jubilación escalonada de sus técnicos, pues no todos entraron en tromba como en España. La selección también pudo hacerse mejor. Esto explica que en muchos países no se entendiera demasiado el movimiento español, pues nuestras condiciones históricas, sociológicas y demográficas son muy específicas y, a veces, no extrapolables.

Lo importante desde el punto de vista comunicativo en la era digital, es que de ese inocente grupo de Facebook –al principio menos de 15 personas-, surgió el colectivo Democracia Real Ya (DRY) que no se conformó con una existencia virtual sino –y de ahí su potencial éxito- apostó por una política real: diseñaron carteles, pegatinas y pancartas físicas y convocaron una manifestación real el domingo 15 de mayo (una semana antes de las elecciones locales en España -“para tener más impacto”, señalaron-); y lo mejor de todo: la convocatoria, promovida a través de redes sociales y sin un líder claro, fue un éxito: acudieron más de 15.000 personas y otras tantas en diferentes ciudades españolas. En las revueltas digitales no existen líderes como en la política clásica. Todo se hace colectivamente. No se puede atribuir el mérito ni la culpabilidad de lo que está ocurriendo a una sola persona, explicaban en los medios los organizadores del 15M.

La movilización fue un éxito gracias a la convocatoria de las redes sociales, pero, sobre todo, porque existía un sustrato de descontento, como sucedió en los países árabes –aunque por otros motivos- y como también ocurrió con la Revolución Francesa, la Rusa, la guerra de la Independencia estadounidense y otros muchos casos. La Red por sí sola no tiene ese poder; y, no lo olvidemos, antes de Internet también hubo revoluciones. En el caso del movimiento 15M fue la unión de las protestas virtuales, junto a las acciones reales lo que provocó que los medios tradicionales se fijaran en el movimiento. Cuando éstos pusieron su foco en las movilizaciones, ese interés retroalimentó de forma exponencial la visibilidad en la Red del movimiento. Es decir, parece que, de momento, la presencia en los medios tradicionales sigue siendo fundamental para que un movimiento tenga éxito (Quian y Elías, 2017).

El núcleo fundacional de DRY dio los primeros pasos en el mundo virtual -blogs, emails, wikis, redes sociales y, por supuesto, una web informativa- pero su primer encuentro real –en una céntrica cafetería de Madrid- no se produjo hasta más de un mes después de crear el grupo de Facebook. Al principio, el encuentro, según reconocieron los fundadores a la prensa, fue lúdico: con cañas y bromas sobre lo que habían conseguido y con el interés de conocerse en persona. Después, confirmaron los fundadores del grupo, tomaron dos decisiones cruciales: descentralizar el movimiento a otras ciudades y, sobre todo, saltar de Internet a las calles. “Las nuevas tecnologías son utilísimas, pero sin el trabajo en el mundo real no habrían servido de nada (Suárez, 2011)”, aseguraba en una entrevista Laura de Miguel, otra de las integrantes del grupo fundacional.

En mayo de 2013 miembros del grupo parlamentario italiano Movimiento Cinco Estrellas visitaron a los integrantes del DRY y les animaron a formar un partido político como hicieron ellos con éxito en Italia. A finales de 2014 DRY aún debatían qué deberían hacer. Y esta ventana de oportunidad la vislumbraron los líderes de Podemos (que procedían de un grupo de amigos –reales- de Políticas de la Complutense). No solo crearon a principios de 2014 su partido sino que, imitando la estrategia de la lucha por los derechos civiles en EEUU, han considerado que el partido debe tener un líder fuerte y muy reconocible. Otro asunto es si Pablo Iglesias tiene carisma -su biografía es la típica de los hijos de altos funcionarios españoles-.

En mayo de 2013 -dos años después del 15 M-, el diario El País publicó una encuesta que evidenció que, pese a que la movilización de 2011 apenas era noticia, un 78% creía que los indignados tenían razón, aunque nada había mejorado –sino más bien empeorado- desde entonces4. El tiempo había difuminado mucho el fondo de la protesta pacífica pero, según El País, había dejado “un poso en asuntos como la crítica al sistema financiero, la denuncia de los desahucios o el cuestionamiento de las estructuras institucionales”. Matizaba, no obstante, que todo eso no se había traducido en una opción política institucional clara. El apoyo al 15M era abrumador entre los más jóvenes, “los más castigados por la falta de expectativas, son los que se sienten más alejados del sistema” y optarían por nuevos modelos de opción política que aún estaban por ver. En febrero de 2017, El Mundo publicaba un reportaje -“El desencanto de los indignados: por qué Podemos ya “no nos representa”5- donde entrevistaba a promotores del 15M. El cineasta Stéphane Grueso, que narró la épica del 15M y los momentos previos al nacimiento de Podemos, admitía su decepción: “Podemos ha acabado siendo un partido político y con eso está dicho todo. Tiene los problemas, las taras, los procedimientos de un partido político. Y además de un partido tradicional, que es la decepción que tenemos muchos. Pensamos que Podemos podría traer una forma nueva de hacer cosas, pero al final se parece bastante a otros partidos que ya conocíamos”.

3. Primavera árabe y otoño europeo

¿Cuáles eran las propuestas para cambiar el futuro? Tras la manifestación del 15M, muchos asistentes acamparon en la Puerta del Sol de Madrid durante casi un mes. La movilización real sí fue noticia no sólo en los medios tradicionales españoles o europeos, sino, incluso, estadounidenses -el 19-05-2011 fue portada del mismísimo The Washington Post- y se extendió por toda España con brotes en otros países occidentales. No obstante, hay que matizar que fueron españoles residentes en el extranjero los que se manifestaron en otros países. La Spanish Revolution, como la catalogaron los medios anglosajones, ocupó un lugar en la agenda mediática mundial durante la tercera semana de mayo de 2011. Después sólo quedó en los medios nacionales.

Cristovam Buarque, profesor de la Universidad de Brasilia y senador de un país emergente como Brasil, comparaba la revolución árabe con la primavera y la española con el otoño: “El movimiento árabe es el comienzo de una nueva época democrática. El movimiento europeo es el fin de una época, de un modelo exitoso, aunque insatisfactorio (Buarque, 2011: 27)”. Y añadía:

El otoño europeo se produce porque, a pesar disponer de todo lo que los árabes están descubriendo ahora, el sistema ofrece signos de agotamiento. Se ha terminado el maridaje que hace siglos permitió a Europa unir la democracia política con el crecimiento económico y la justicia social. El crecimiento económico encuentra barreras de signo ecológico para su desarrollo y ha dejado de generar empleo, sobre todo para los jóvenes; el Estado de bienestar se ve estrangulado a causa de las limitaciones fiscales que impiden la ampliación de los servicios públicos a los jóvenes de hoy. (...) La primavera árabe es el resultado de la falta de legitimidad de la política; el otoño europeo es la consecuencia de la falta de imaginación de los políticos (Buarque, 2011: 27-28).

Todo esto es interesante porque demuestra que, aunque la red sea global, se utiliza para fines muy locales. Lo jóvenes egipcios pedían acciones reales: afiliarse a partidos y votar a sus candidatos; los españoles planteaban lo contrario, “acciones virtuales”, emociones y sentimientos: repudian a los partidos sin ofrecer alternativas, pedían votar nulo o no votar. “No actos” como votar en blanco (que no genera en sí misma una consecuencia sino una opinión), retirar dinero de los bancos, establecer un día sin compras, dejar de usar coches...

4. Movimientos enamorados de sí mismos: Occupy Wall Street

La izquierda española simpatizó con el 15M. Fue un movimiento audaz e ilusionante. También lo fue el Occupy Wall Street, inspirado en el 15M español y que ocupó la plaza de Zoccotti Park en el Bajo Manhattan de Nueva York –una de las zonas más caras del mundo- para protestar contra el poder de las empresas y las evasiones fiscales. La ocupación comenzó el 17 de septiembre de 2011 y permanecieron allí hasta los primeros días de octubre. Pero ambos movimientos -15M y Occupy- tienen un riesgo: enamorarse de sí mismos y convertirse solo en sesudo tema de estudio académico.

El historiador de las ideas y escritor estadounidense Thomas Frank publicó en Le Monde Diplomatique (enero 2013) un interesante artículo sobre el Occupy Wall Street (OWS) que puede aplicarse también a su inspirador, el 15M. Con el título “Occupy Wall Street, un movimiento que se ha enamorado de sí mismo”, se plantea por qué los movimientos de la derecha como el Tea Party triunfan y “por más erudita que sea la izquierda sigue yendo de derrota en derrota”. La respuesta está en que el Tea Party tenía dinero, redes y el apoyo de una gran cadena de televisión (Fox News) y pronto produjo dirigentes que se introdujeron en el Partido Republicano. Pero, a juicio de Frank, que fue destacado columnista de The Wall Street Journal y ahora lo es de la no menos influyente Harper´s Magazine, otro gran éxito del Tea Party fue que jamás contó con pensadores postestructuralistas, catedráticos de salón, financiados por los impuestos, pero que nunca han hecho otra cosa excepto producir oscuros artículos que nadie lee. Textos cuyo propósito es la autocita entre la cofradía de pedantes a la que pertenecen. A juicio de Frank, autor de legendarias historias de comics como Sin City, 300 o The Dark Knight Returns, este tipo de académicos contaminan y perjudican todos los movimientos sociales donde se meten.

Frank recuerda las manifestaciones de estudiantes de Québec en la primavera de 2011, cuando gran parte de la población salió a la calle para apoyar la exigencia estudiantil de una educación al alcance de todos: “Allí, el movimiento ganó. Los estudiantes obtuvieron casi todo lo que pedían. La protesta social hizo tambalear las puertas de la universidad. Pero cuando ocurre lo contrario, cuando la discusión académica de alta cultura se convierte en un modelo de lucha social, entonces surge el problema”.

Frank, que publicó originalmente su artículo en la revista The Batfler -que él fundó- hace preguntas muy incisivas que demuestran que quizá en Occidente estamos enamorados de nosotros mismos y, sobre todo, contaminados por un pensamiento académico de las ciencias sociales que destruye la acción: “¿Por qué será que OWS inspira tanto a sus seguidores a hablar en esa jerga ininteligible? ¿Por qué tantos activistas sintieron la necesidad de dejar sus puestos para participar en debates de salón entre eruditos?¿Por qué otros eligieron reservar su testimonio en revistas confidenciales como American Ethimologist o el Journal of Critical Globalisation Studies? (...) ¿Y por qué, apenas unos meses después de ocupar Zuccotti Park, varios activistas consideraron indispensable crear su propia revista académica de pretensiones teorizantes Occupy Theory6, destinada por supuesto a recibir ensayos impenetrables que apuntan a demostrar la futilidad de teorizar?”

Frank ataca ferozmente la diarrea verbal de los académicos sociales

¿Por qué un panfleto diseñado para impulsar a las tropas OWS está lleno de afirmaciones burlescas del tipo ‘nuestro punto de ataque radica en las formas de subjetividad dominantes producidas en el contexto de las crisis sociales y políticas actuales. Nos dirigimos a cuatro formas subjetivas –lo endeudado, lo mediático, lo secularizado y lo representado- todas las cuales se están empobreciendo y cuyo poder social está desenmascarado o falseado. Creemos que los movimientos de revuelta y rebelión nos dan los medios no solo para rechazar los regímenes represivos que afectan a estas figuras subjetivas, sino también para revertir esas subjetividades frente al poder (Hardt y Negri, 2012, citado por Frank, 2013).

Y se pregunta: “¿Así se construye un movimiento de masas?¿Obstinándose en hablar un lenguaje que nadie entiende?” Y Frank ironiza: “La respuesta es conocida: antes de que la protesta se convierta en movimiento social de gran amplitud, sus protagonistas deben pensar, analizar, teorizar. El hecho es que, desde este punto de vista, OWS ha proporcionado material suficiente para alimentar medio siglo de lucha (sin por ello lograr, hasta el momento, sacar su propia lucha del atolladero). (...) Después de su éxito apabullante, se desintegró en la nada”.

El poder de los movimientos revolucionario no proviene de que en sus inicios sean mayoritarios –según las encuestas, la mayoría de los estadounidenses en los años 50 era favorable a la segregación racial y rechazaba la homosexualidad- sino de su capacidad para que una minoría persuada con sus argumentos a la mayoría social. De que esos argumentos que salen de pequeñas asambleas puedan ser incorporados al ideario de partidos políticos con posibilidades de gobernar el mundo real.

El movimiento español partía de la ilusión –que no tiene por qué ser utopía- de que todo se puede mejorar: desde la democracia griega que condenó a Sócrates al sistema ptolemaico que defendía la Iglesia y que le funcionaba tan bien en el XVII. Parte de la idea del progreso perpetuo: hay que reinventar otras formas de vida, porque las que tenemos, y a las que en otros países del mundo aspiran, a nosotros ya no nos sirven.

En la plaza Tahrir había una movilización virtual convertida en real para gritar una consigna que implicaba una acción:“¡Fuera Mubarcak!”. En la Puerta del Sol había reuniones interminables, debates filosóficos ingenuos y propuestas valoradas por la mayoría, pero rechazadas porque nunca había unanimidad. Había esperanza en ensayar nuevas formas o viejas ideas. Reivindicaban el derecho que tienen todas las generaciones a equivocarse.

5. Conclusión: El 15M, “Podemos” y “la casta”

Esta filosofía explica, entre otros motivos, que los indignados zarandearan al coordinador general de Izquierda Unida (IU), Cayo Lara, cuando apareció, motu proprio y sin avisar, en un desahucio que la policía iba a realizar en el barrio madrileño de Tetuán, en junio de 2011, y el movimiento 15M intentó impedir. Al grito de “aprovechado”, “no nos representas”, “que te vayas”, los indignados le vaciaron una garrafa de agua encima mientras Lara hablaba con los medios (televisión incluida). Su rostro desencajado mostraba su incomprensión del nuevo mundo. No fue capaz de entender que el activismo, del tipo del 15-M, rechaza las jerarquías (muy consolidadas, por ejemplo, en un partido clásico como IU) y aparta inmediatamente a todo aquel que quiera erigirse en líder. Sobre todo, si ese protagonista en potencia, como es el caso de Lara, no procede de la cultura cibernética –ojo: de donde sí provendría Assange- sino de la realpolitik.

Lo mismo les sucedió a los dirigentes socialistas Beatriz Talegón y Juan Fernando López Aguilar cuando se unieron en 2013 a una manifestación de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Fueron abucheados y zarandeados. Volviendo al 15M, poco después de sus inicios, sus primeros impulsores ya habían abandonado la primera línea mediática e, incluso, alguno el propio movimiento. ¿Puede haber cambios reales sin líderes ni jerarquías? Lo descubriremos en unos años y ese cambio de modelo es lo más fascinante que aparece en el horizonte: en la Red se discute con ideas, no con las personas, muchas veces parapetadas tras un nick. Nos pueden engañar más fácil: suplantar identidades o confundir ideas y conceptos. No hay liderazgo de medios de comunicación (un blog puede ser más seguido que un medio tradicional y desaparecer semanas después), ni de estructuras y jerarquías de conocimiento: el bulo y la ciencia conviven con naturalidad.

Uno de los éxitos del partido político Podemos es que supieron leer el cambio que había sufrido España desde 1996 –cuando ganó el PP, tras 14 años de gobierno del PSOE- a 2012 que gobernaba el PP, desde que en 2011 ganara otra vez al PSOE. Había una alternancia bipartidista, pero el cambio entre 1996 y 2012 no era político, ni social, sino más importante: era un cambio tecnológico. En 1996 únicamente el 1.3% de los españoles era usuario de Internet; en 2012, el uso de Internet ascendía, según Pew Research Center, al 79%, un porcentaje similar a EEUU. Y España era el quinto país del mundo en redes sociales

La sociedad digital ha creado un nuevo tipo de ciudadano y consumidor –en Red- que forma parte de una comunidad de personas ávidas de información, en permanente intercambio de opiniones sobre acontecimientos, servicios, productos o marcas, y siempre alerta y dispuesta a contrastar la veracidad de lo que se dice y la coherencia de lo que se hace (…) El ciudadano en Red es exageradamente exigente con las organizaciones políticas y económicas, en lo que ofrecen y en cómo lo ofrecen. Y es muy poco manipulable. Triunfar en la sociedad digital, en un contexto de empobrecimiento [económico], exige elevar hasta el extremo los niveles de auto exigencia (Barreiro, 2015).

En enero de 2015, según los datos del CIS, menos de la mitad de los votantes del PP y PSOE se habían conectado a Internet en los últimos tres meses, mientras que los de Podemos se habían conectado casi el doble. A través de elecciones abiertas, el colectivo Podemos presentó una candidatura a las elecciones europeas de mayo de 2014 y dieron la campanada: fueron la cuarta lista más votada: obtuvieron cinco diputados y un 8% de los votos. Ciertamente controlaban muy bien el mundo virtual –redes sociales, Youtube, etc- pero los medios tradicionales los habían ignorado. El día que ganaron las elecciones europeas -25-05-2014-, Podemos, que era un auténtico desconocido en los medios tradicionales, alcanzaba 252.270 seguidores en Facebook frente a 64.000 del PP o 61.000 del PSOE. Pablo Iglesias (Madrid, 1978), el líder de Podemos, tenía más de 245.000 seguidores en Twitter frente a 19.913 de Miguel Arias Cañete (Madrid, 1950: candidato del PP) y 19.033 de Elena Valenciano (Madrid, 1960: candidata del PSOE).

Es imposible saber si Podemos hubiese existido sin el 15M. Ellos participaron en el movimiento pero no se reivindican como su conceptualización política. “Estuvimos en el 15M y aprendimos mucho en las asambleas. El 15M abrió la puerta para romper el secuestro de la política por parte de la casta. Sin este movimiento, Podemos no hubiese sido posible. Fue una ventana de oportunidad para los ciudadanos, pero nosotros no somos herederos del 15M”, aseguró Iñigo Errejón -politólogo y director de campaña del partido- a los medios unos días después de ganar las elecciones europeas7.

Referencias

Álvarez, K., Gallego, P. y Gandara, F. (2011). Nosotros, los indignados: las voces comprometidas del 15-M. Destino. Barcelona.

Barreiro, B. (2015). “La rebelión de las masas”. El País 13-02-2015.

Buarque, C. (2011). “La primavera y el otoño”. El País 8-06-2011: 27 y 28

Del Barrio, A. (2014). “Los claves del éxito de Podemos: ‘No somos herederos del 15-M’” El Mundo, 26-Mayo-2014. http://www.elmundo.es/espana/2014/05/26/53833e00e2704e530f8b4579.html

Frank, T. (2013). “Occupy Wall Street, un movimiento que se ha enamorado de sí mismo”. Le Monde Diplomatique (número enero).

Gladwell, M. (2010). “Small Change. Why the Revolution will not be tweeted”. The New Yorker (4 de octubre) (www.newyorker.com/reporting/2010/10/04/101004fa_fact_gladwell)

Haaf, M. (2012). Dejad de lloriquear. Sobre una generación y sus problemas superfluos, Alpha Decay. Barcelona.

Hardt, M. y Negri, A. (2012). “Take up de baton”, Jacobin. (nº mayo). New Yorker, citado por Thomas Frank (2013)

León, S. (2011). Estudio sobre los indignados elaborado a partir de encuestas en Salamanca y publicado por la Fundación Alternativas (colección Zoom).

McAdam, D. (1990). Freedom Summer. Oxford University Press. Londres.

Morris, A. (1986). The Origins of the Civil Rights Movement: Black Communities Organizing for Change. Free Press. New York.

Pérez Oliva, M. (2010). “(Pre) Parados para salir a flote”. Carta de la defensora del lector. El País 10-10-2010: 27.

Quian, A. y Elías, C. (2017). Wikipedia y sus relatos colaborativos como indicador de interés ciudadano. Prisma Social, 18 (85-123). DOI:

Suárez, G. (2011). Reportaje en El Mundo (22 de mayo, Crónica). “Él prendió la mecha del 15M”.

Notas

4 Radiografía del clima político (El País 19-05-2013:15). Encuesta realizada el 16 de mayo a 600 personas. Margen de error +4.1 puntos.
7 Del Barrio, Ana (2014). “Los claves del éxito de Podemos: ‘No somos herederos del 15-M’” El Mundo, 26-Mayo-2014 http://www.elmundo.es/espana/2014/05/26/53833e00e2704e530f8b4579.html


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